Al igual que David Hume,
Immanuel Kant
(1274-1804) es un filósofo de la Ilustración. Kant vivió en la antigua Prusia y
trabajó como profesor de universidad durante toda su vida.
Del mismo modo que la ética de Hume, la filosofía moral
de Kant es una ética de "la era de la conciencia", dado que su estudio se basa en analizar
cómo percibe el ser humano en su fuero interno la experiencia moral y, en base a ello,
qué es lo que hace que una acción (o intención) pueda ser llamada moralmente buena o no.
Pese a este punto en común, hay diferencias sobresalientes entre Kant y Hume, de las que
Kant fue bien consciente.
Kant considera que el auténtico fundamento de la moral no
puede ser ninguna experiencia ni objetiva, ni afectiva. Respecto a la experiencia objetiva,
Kant está de acuerdo con Hume: no podemos deducir el bien o el mal a partir de unos hechos
externos o de datos lógico-matemáticos como cuando se hace un problema de física o de
aritmética; pero respecto a la experiencia afectiva Kant está en profundo desacuerdo con Hume.
Que algo sea moralmente bueno o malo no ha de depender de nuestras emociones. Muy al
contrario, no debemos fiarnos de nuestras emociones a la hora de calificar algo como
bueno o malo. Lo que debe aplicarse a la representación de nuestra conducta es un
razonamiento en modo "puro" o "trascendental", como dice Kant, es decir, no contaminado
por nuestros afectos. Como vemos, Kant se posiciona como racionalista "trascendental"
frente al emotivista Hume.
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Kant entiende que lo que él llama nuestras
"inclinaciones naturales" no son tan fiables, al contrario de lo que pensaba Hume.
Las personas no pueden ni deben fiarse de un simple sentimiento como garantía de estar
haciendo el bien y/o aprobando el supuesto bien en las acciones de otros. Muchas veces
lo que ocurre es que manifestamos una naturaleza egoísta, nada amable con la utilidad
hacia los demás, sino proclive a sacar provecho para beneficio exclusivamente propio.
En su obra "Fundamentación de la metafísica de las costumbres" nos pone varios ejemplos.
Entre ellos es significativo el del comerciante. Dice Kant que un comerciante puede estar
tentado de engañar a un comprador incauto y cobrarle fraudulentamente más de lo que
corresponde. Si no lo hace es por miedo a que lo pillen. Pero habría que ver qué haría
uno en caso de ser un comerciante seguro de no ser pillado. En realidad, en muchos
casos, encontraría la forma de convencerse de que no está tan mal la acción de engañar
y no se sentiría tan mal consigo mismo, sino hasta satisfecho por el ingenio desplegado
en el engaño. Yendo más lejos, ni siquiera sería una garantía de compromiso con el bien
moral el que el comerciante nunca engañase y se despreciara a sí mismo por tener
tentaciones de engañar. Desde un punto de vista kantiano, este comerciante tampoco
podría estar del todo seguro de que su repudio por engañar a los clientes no fuera
más que un interés egoísta y soberbio de ser aplaudido y reconocido como "honesto"
por los demás.
La solución de Kant a este problema se llama la ética
del "imperativo categórico". Según él, toda acción a realizar, si proviene realmente de
una buena intención moral, ha de estar sujeta a una máxima (regla o norma) que, sin
dejarse arrastrar por nuestras preferencias afectivas y personales de cada momento,
sea universalizable para todo ser racional (es decir, para toda persona). Que no has
de engañar a nadie como comerciante quiere decir que has de "cumplir", no porque te
haga sentir afectivamente mal o bien, sino porque te comprometes universalmente a que sea
así tanto en tu persona como en la persona de los demás. Por tanto algo bueno es algo con
lo que toda persona se compromete sin excepciones, de modo universal, para sí y para los
demás. Si ante una acción cualquiera vemos que no se puede aplicar este criterio de
universalización es que no se puede hablar de una conducta buena. Claramente, aquello
que se considera tradicionalmente malo no puede ponerse bajo este criterio. Pensemos en
robar, o en mentir. Lo normal es que un mentiroso o un ladrón no quieran que todo el
mundo mienta o robe, pues no podrían sacar provecho del robo o de la mentira.
En conclusión, Kant formuló su imperativo categórico
de varias maneras. Dejamos aquí dos formulaciones muy famosas: La de la universalización:
"Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley
universal"; y la del respeto a la persona: "Obra de tal modo que trates a la humanidad,
tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y
nunca solamente como un medio".
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